Viernes



¡Viernes por fin! Lo había estado esperando con ansias desde el lunes. Habíamos cuadrado salir hoy con Manu, Juan, Daniel, Lucas y Ana. Llamamos a Checho, pero estaba con la novia y desde que sale con ella se olvidó de los amigos. Sexo mata polas. Eso siempre pasa. Los que estamos solteros (o como nos gusta decir: estamos de cacería) salimos todos los viernes a la Zona Rosa, compramos par polas, pegamos un porrito y charlamos sobre lo que está pasando con la universidad, con el país y con el mundo. Nos tenía enpeliculados la cantidad de tropeles y revueltas que se estaban esparciendo por el planeta como pólvora: Túnez,  Libia, Egipto, Israel, Yemen, España, Italia, Inglaterra, Grecia, México, Brasil… Todos, menos Colombia. Eso es que pasa algo raro en el universo, estamos entrando en otro ciclo. Desde el veintiuno de diciembre de dos mil doce cuando los mayas predijeron que se iba a acabar el mundo, eso dice Daniel que tiene una mentalidad así, medio new age, pachamámico con neohippy, de esos que toman yage y son vegetarianos; aunque toma cerveza igual que nosotros y  también le pega los plones al porro de marihuana, dizque porque la marihuanita no es una droga sino una “planta sagrada”. Al perez si no le hace, se pone puto, cree que por cada olida que nos metemos en una fosa nasal llenamos con muertos una fosa común, dizque porque ese puto polvo es el que financia la guerra que tenemos hace rato y quien sabe cuando se vaya a acabar. ¡Yo no sé qué pensar! Igual, no es culpa de nosotros ¡Vaya échele la culpa a los gringos!
Yo en cambio creo que todo ese bonche que está pasando en el mundo es porque las cosas están muy mal. Si tan solo aquí en el país vemos que todo está hecho una mierda. Una tía mía casi se muere esperando que la atendieran en un hospital, dizque porque no tenían una camilla disponible y porque no era una urgencia. ¡¿Qué tal?!  Yo por eso dejé de ir al médico y prefiero sanarme con algún remedio de matas o un sortilegio de esos que hace Daniel para espantar espíritus, prefiero eso a hacer shows para que lo atiendan a uno.  Sí… las cosas andan repailas, pero tal parece que a la gente no le interesa eso o… le gusta, sí, sí, le gusta como a esos que les gusta el dolor… Uhmm… ¿Cómo es que les dicen?...  ¡Masoquistas! ¡Esa es la palabra! ¡Sí! Aquí somos como medio masoquistas.
Uno se encuentra con resto de gente los viernes y todos caen al mismo parche: a la lleca (la calle, lo que pasa es que a todo el mundo se le dio por decir las palabras al revés, ha de ser porque el mundo anda de cabeza). Nos gusta la lleca porque no tenemos que pagar para sentarnos a tomar unos chorros, recorremos de aquí para allá, miramos caras, miramos culos, nos encontramos parceros y nos gorreamos la música de los bares afuera, sobre todo cuando hay toques. Pero ahora último han enrejado los lugares donde nos parchábamos, nos echan los celadores con sus buldóceres o lo peor, untan con aceite quemado las aceras y las escaleras donde nos sentamos, como diciéndonos, ¡Fuera de aquí! ¡Si no compran no los queremos! Entonces nos toca errar, como desheredados, como desplazados a mitad de la noche en busca de un lugar donde parchar. ¡Vámonos pa’l monumento! Allá todo el mundo se reúne a pegar un porro mientras los punketos tocan rolas de Extremoduro toda la noche. ¿Otro porrito?, dice Daniel, él siempre lleva yerba. Él lo rasca, lo arma y lo prende y, mientras lo hace, todos nosotros nos sentamos alrededor de él, como si estuviésemos ante un ritual milenario, donde cada uno comparte comunitariamente un plon como si con cada calada se estuviera haciendo un pacto con un dios antiguo o como dice Daniel, “la unión con la pachamama”. Ahhh… pero ¡Qué mamera! Los tombos otra vez. Y apenas van a ser las doce. Ahh… toca apagar el porro mientras se van. Pero ya comenzaron a pedir papeles y a sacarnos dizque porque no podemos beber en espacio público. ¿Y es que nosotros no somos público, señor agente? ¿Y pa’ dónde cogemos? ¿Pa’ la casa? Ni que estuviéramos en una dictadura, pero ya parece, solo que la camuflan llamándola democracia. ¿Es que acaso el pueblo ya no se puede embrutecer tranquilo? Ya hasta nos quitaron la calle.
Lucas, que es un man grande y belicoso, se pone a gritarles a los tombos ¡Que no jodan!, que la calle es de todos y nosotros le decimos ¡Chito!, Lucas, mejor vámonos, deje así, no se ponga aletoso que usted sabe que esos aguacates son reatarbanes. Lucas nos mira fijamente y sigue gritándole a los tombos mientras el resto de la gente que está en el lugar comienza a envalentonarse con las arengas de Lucas. ¡Vámonos, Lucas! ¡No sea güevón!  ¡Nos van a cascar a todos! Entonces Lucas se emputa y nos grita ¿Y es que ustedes no tienen güevas? ¿No que quieren hacer la revolución? ¿No es que se quieren rebelar? Acá tienen su oportunidad, su primavera árabe. Lucas tenía razón, era hora, ese era el momento, si no lo hacíamos ahora no lo hacíamos nunca y por algo teníamos que empezar.
¡Jueputa! ¡Las cosas se ponen calientes! Llegan como veinte motos y cinco patrullas que con sus luces y sus sirenas me aturden. Nosotros, o sea, los rebeldes, éramos como doscientas personas. Tal parece que éste es el momento histórico. Estamos parados y listos a atacar. De pronto ¡Tan!, lanzan una botella vacía de aguardiente y comienza enseguida una lluvia de botellas que caen sobre los tombos y sus patrullas. Eso se veía como en las fotos de Facebook de los grupos de resistencia en Estambul, Rio y El Cairo. Yo sentía que estaba en plena revolución. Daniel se fue todo paniqueado porque como él es todo paz y amor y no es capaz de meterse a un tropel. El resto de mi parche se fue, solo nos quedamos Lucas y yo. Lucas comenzó a organizar a los tropeleros mientras yo y otros manes íbamos a recoger piedra de una construcción cercana para abastecer a los luchadores. ¡Eso se volvió un caos! Yo sentía como ardía en mis venas el fuego de la historia. Era brutal. Llegaban tombos y tombos y tombos, y la gente les lanzaban botellas, piedras y hasta basura. Después se empeoró la situación. Llegó una tanqueta de antidisturbios comenzó a lanzar gases a diestra y siniestra. Todos esos bares se llenaron de gas lacrimógeno y los gomelitos salían corriendo tratando de coger taxi pero la batalla era tan agreste que ningún carro pasaba por allí. Llegaron dos camiones llenos de tombos y comenzaron a detener a quien se les atravesase, no importaba si estaba de mirón o estaba sano o estaba borracho. ¡Hijueputas! ¡Cerdos!, gritaban las niñas puppy mientras corrían con los tacones en la mano.
¿Quién iba a pensar que se iba a armar severa bronca? Ya estábamos mamados. Nos tenían gaseados, había heridos y la mayoría se había ido o estaban detenidos. Cuando me vi fue con veinte güevones no más echando piedra. Ahora ¿Qué hacíamos? ¿Seguir tirando piedra? ¿Huir? ¿Por qué estábamos luchando? Éramos solo unos encapuchados llenos de mocos por los gases a los que agarraron semiborrachos y que, envalentonados con el alcohol, nos pusimos a buscar pleito. Pero, ¿Qué queríamos? ¿Hacia dónde queríamos ir?... Ya no había escapatoria.

De un momento a otro me encontré sin Lucas. Se me había envolatado. De seguro ya lo habían cogido. Yo corrí como un demonio buscando escondite pero nos tenían rodeados, así que me metí en un contenedor de basura que olía a mierda y a comida podrida pero no me importaba porque el miedo era más fuerte que el asco. Temblaba. Me preguntaba qué habrían hecho con Lucas. ¿Lo estarán torturando? ¿Lo van a desaparecer? ¿Adónde lo llevarían?... Ahh, de seguro está en la Unidad de Detención Juvenil. Mañana voy y lo visito, le llevo comida y ropa. Pero… ¿y si me pillan a mí? ¿Si se dan cuenta que yo también estuve en el tropel? ¡Tan! Le dieron un golpe al contenedor que me dejó sordo y me sacaron del pelo dos tombos que me arrastraron a la parca, no sin antes darme pata como a un balón de fútbol. En la parca estaba Lucas. Tenía la nariz sangrando y hematomas en la frente. A mí me dolía todo. Yo creo que estaba igual de golpeado. Había otros cuatros manes en la parca, todos llenos de sangre, moretones y con las caras deformes. Lucas me miró, sonrió y me picó el ojo. Yo lo miré y no pude evitar sonreír también. Definitivamente éramos un país de masoquistas.

*Este fue uno de los cuentos cortos seleccionados entre varios enviados desde Brasil, Argentina, España, México, etc para la convocatoria 10 CUENTOS CORTOS CONTRA LA AUTORIDAD realizado para financiar una biblioteca libertaria en Medellín.

Comentarios

  1. Excelente, cree que por cada olida que nos metemos en una fosa nasal llenamos con muertos una fosa común, dizque porque ese puto polvo es el que financia la guerra que tenemos hace rato y quien sabe cuando se vaya a acabar. ¡Yo no sé qué pensar! Igual, no es culpa de nosotros ¡Vaya échele la culpa a los gringos! (y)

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