Los fugitivos de Sodoma
Alguien dijo
un día que nuestro amor era malo;
pensé que
nadie le haría caso porque el amor era la primavera para cada uno.
Pero un
rumor epidémico los convenció de lo contrario
y una mañana
sombría nuestro amor fue declarado culpable de los delitos más atroces de la
humanidad.
Nos
endilgaron ser amantes del demonio, de pervertir querubines, de destruir a la
raza humana y quebrar las leyes de la naturaleza armónica,
cuando
nuestro amor seguía siendo tan inocente como un niño que nada sabe.
Lo ocultamos
en sótanos, cajones, baúles, arcas y sagrarios
porque nos
vigilaban por todos los agujeros de la noche.
Nos
cambiamos los nombres, nos disfrazamos, nos encerramos en los armarios
para huir de
las redadas de machos inquisidores.
Los señores
de la moral de los cilicios nos bautizaron como jotos, maricas y cacorros;
llenaron de
miedo nuestras casas hasta que nuestras familias, nuestros amigos e incluso
nosotros mismos temimos de nosotros mismos.
Nos
encerraron en cárceles estrechas como tumbas,
quemaron nuestras
cartas en hogueras santas,
sellaron
nuestras bocas para no dejar escapar ni un beso,
y castraron
nuestros miembros para curar una peste inventada.
Ahora nos
amarran a un pecado que ni siquiera es nuestro
mientras ellos han izado las banderas de la muerte en
las batallas,
han manchado
con sangre las gardenias,
han violado
los broches sagrados de mujeres insomnes
y han
abandonado a mil huérfanos descalzos en las carreteras del planeta,
todo en
nombre de su hombría.
Lo único
nuestro es nuestro amor, que siempre ha sido inocente,
sobreviviente a los destierros y a las cámaras de gas,
un amor que en una
mirada refleja toda su desnudez,
en una sola
mirada como por un cerrojo por donde se cuela la luz,
por allí se
ha escapado nuestro cuerpo como un caballo frenético
saltando las
alambradas para rebelarse y rasgarse las ropas
al encuentro
de ese otro cuerpo cautivo que está a la espera
de amarse al fin como caracoles que se funden a
caricias.
Comentarios
Publicar un comentario